Marcelo Bielsa Volverá

Loco..., loco..., loco..., como un acróbata demente...

martes, 16 de enero de 2007

Cabezas Viejas. Una Nueva

También en el fútbol hay cabezas viejas igual que en cualquier rubro. Cabezas viejas que no entienden lo nuevo. Adentro la información de toda la vida se les gasta, y cuando intentan ingresar una nueva, se bloquean y la expulsan. Se quedan con el recuerdo de cuando alguna vez pensaban.
Es que es más fácil aferrarse a la nostalgia sublimada del pasado que desafiarse a elucidar lo que "aún se está haciendo". Lo que todavía no asentó jurisprudencia en el género.
Marcelo Bielsa encarna una especie no incluida aún en el vademécum de su rubro. No es un genio: es un autor no promedio. Un constructor en solitario. El forastero que suscita desconfianza porque no toma mate, como todos, o porque no se pone el poncho. El planeta es un contenedor de cabezas viejas. También la Argentina de izquierda y de derecha. Hay economistas cuyas cabezas no logran entender la pobreza nueva. Porque únicamente estudian la riqueza y no le adjudican a ésta ninguna consecuencia trágica. Y hay militantes escorados a la izquierda que mal creen que la globalización es una ideología y quieren combatirla desde una carpa en la Plaza de Mayo.
Somos sedentarios y nos asusta el pensamiento nómade. Cuando lo sacude un provocador con argumentos se le oponen enseguida argumentos que lo sedan. La esposa ya instalada en la costumbre ofrece menos riesgos que la próxima amante, aunque aquélla ya no sea sino un adiós silenciado por la gratitud y las convenciones. La vanguardia crea de inmediato retaguardia. Piazzolla, a muchos, hacía extrañar a D´Arienzo. Ni siquiera a Troilo. La propiedad horizontal a la casa chorizo o al chalé de barrio. La nouvelle cuisine al puchero. Y aunque el que se queda atado presiente que se apaga y que sus sentidos se agotan, se resigna a ellos antes que volver a incendiarse para sentirse encendido.
Marcelo Bielsa es un protagonista del fútbol argentino que, como dijo el dramaturgo Pavlovsky, "no encaja con el imaginario que exige la fantasía del público argentino". No profesa el código. Es como un extranjero en un paisaje nativo rechazado porque a la aldea no le gusta el surtido y se ata al monocultivo étnico. Hasta su voz y sus expresiones descubrían otro origen y otra escuela que las clásicas del mundo del potrero transferidas por la falsa añoranza de quienes nunca jugaron en potrero.
Parecía tímido. Revolucionó la relación con los medios ubicándolos apropiadamente en la platea mientras él ocupaba el escenario. Obligó a que los inteligentes se notaran porque siempre son menos que los otros. Estos se sentían ofendidos. Bielsa los dejaba expuestos a la intemperie ante la audiencia marcando la obviedad o la idiotez de sus preguntas. El "loco" Bielsa, como sólo algunos pocos locos lo hacen, deschavaba en la sociedad del fútbol las ausencias espirituales que un creador encuentra en la actitud colectiva que se resiste a involucrarse y avanzar en la experiencia. Nadie sabe si él necesitaba ser querido pero no concedía al discurso del sentimiento para conseguir el resultado.
Es curioso: el fútbol, que tiende a ser arte y por lo tanto es natural que se transforme, no aguantaba que Marcelo Bielsa transformara la sustancia. Y en él la sustancia son la introspección privada y la condición ética sin alharacas de ciudadano decente. No fue un revolucionario de la estrategia sino de la conducta. Se comportaba como un docente en un ámbito habituado a otro culto primitivo. No lucía autoritario ni severo sino frontal y terapéutico. Le faltaba picante. Lucía como un científico que, luego de haber descubierto una fórmula, en vez de ponerse a gritar alborozado se queda con la duda y espera contrapruebas para asegurarse.
Cuesta imaginarlo conversando con Grondona, el presidente de la AFA; a lo mejor nunca llegaron ninguno de los dos a traducirse lo que se dijeron. El idioma de Grondona está más difundido: tiene más cómplices.

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